Sobre si el emprendedor nace o se hace, hay tantas hipótesis como microplásticos hay en el océano. Antes de cumplir los treinta, después de que cerrara el diario El sol, la juventud me quemó y decidí montar una pequeña agencia de servicios editoriales a la que llamé Shout, como la vieja canción de los Isley Brothers (en aquella época bastaba con tener una licencia fiscal; el simple recordar su nombre ya me hace mover mis pies). Me gustó la idea de que mis servicios fueran utilizados para «gritarle» (¡gritar!) al mundo nuestro trabajo. Fue una decepción: ninguno de mis clientes conocía la canción y cuando me di cuenta -después de decenas de citas para presentar la propuesta- ya era demasiado tarde.

Cometí varios errores y todavía recuerdo muchos de ellos: gasté buena parte de mi dinero en efectivo para comprar un tomo llamado Canonfile, cuya misión era escanear la documentación (recuerden que no es que no había internet). Hice mal en descapitalizarme y también en confiar proyectando todo mi valor agregado en una tecnología que a nadie le importaba.

Toda tecnología es reemplazada tarde o temprano por una nueva, por lo que debe amortiguarla y no permitir que lo obligue a apalancar el negocio hasta el punto de inmovilizarlo.

Tomé la decisión de forma unilateral, convencido de que la digitalización de los expedientes (que teníamos que gestionar nosotros mismos) ofrecía un servicio inigualable. Mientras visitaba a un cliente tras otro, descubrí que les importaba muy poco mi base de datos de tecnología, pero encontraron algo que necesitaban a cambio.

tanto la revista Tiempo –con su dominio absoluto del quiosco y un Pepe Oneto (que luego se convirtió en mi amigo) rebosante de influencia y también de prepotencia– como el recién lanzado Panorama, de Carlos Carnicero, exigía que se ofrecieran promociones constantes a sus lectores para impulsar las ventas (sea lo que sea).

Fueron mis primeros y únicos clientes. Tiempo Me compró la elaboración de ciertas guías regionales que anteriormente ya se vendían a las oficinas de turismo. Y Panorama quería una colección de discos compactos, donde el precio unitario importara más que el contenido.

Me costó entenderlo, pero después, como director de el gran musical, fui la primera publicación (mensual, eso sí) en incluir en la revista una colección de CD que me enamoró de Mario Pacheco y sus nuevos medios (Los Jóvenes Flamencos, le llamábamos), DRO y otros. Todos los bares de Madrid la tocan desde hace años y el éxito de Ray Heredia y su Alegría de vivir viene de eso

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Hildelita Carrera Cedillo
Hildelita Carrera Cedillo